jueves, 8 de octubre de 2009

CAPÍTULO 8 - EN EL CAMPO DE LAS AFUERAS

Al día siguiente hablé con Lucy tal como dijo Chris. Estaba tranquila y no reaccionó mal. Me dijo que estaba bien si era lo que yo sentía. Me sentí fatal, porque eso quería decir que ella, en efecto, no me amaba.

El resto de días del curso los pasé con Chris, aunque yo no salía los fines de semana ni por las tardes. Me sentía demasiado dolido por Lucy; y más me dolía que mi actual y recién recuperado amigo no me insistiera para salir. No es que quiera ser egoísta, pero si fuera mi amigo me insistiría algo, como en los viejos tiempos, pero creía en su palabra de “Respeto tu decisión”.
Lo que hacía para olvidarme de todo y mantenerme ocupado era estudiar para las recuperaciones que tenía pendientes. Mirando el vaso medio lleno, eso fue lo que me salvó de repetir curso.
Mis padres se alegraron tanto que me propusieron otro verano sabático. No sé qué fue lo que me impulsó a negar esa tentadora petición. Sólo sé que no debí hacerlo.

Un día, sin razón alguna, me levanté con ganas de dar una vuelta por el campo de las afueras del pueblo, el cual me parecía fascinante. Era como mirar una danza en la que los únicos protagonistas eran el césped, el viento y el sol. En el horizonte se extendía una espesa niebla que separaba el pueblo y el campo de las afueras del resto del mundo. Cuentan que sólo hubo un único necio que se atrevió a cruzarla. Nadie volvió a saber de él. Unos dicen que al otro lado está el cielo, otros, en cambio, el infierno.
Se dice que el campo de las afueras es el lugar donde empieza todo lo desconocido, por eso nace donde termina el pueblo y muere en la niebla. Alguien podría decir, incluso, que aquel paisaje daba miedo, ya que en esa zona apenas había horas de sol. Era como un mundo paralelo y totalmente diferente, pero a mí eso me daba igual, incluso me gustaba, porque era un lugar tranquilo; así que me tumbé en el césped y me perdí en mis pensamientos. “Presiento que algo va a ocurrir. Una tragedia para mí. Y aunque yo quiero estar con ella…”, pensaba, “No sabe que estoy sufriendo, pero sí sabe qué siento yo por ella... ¿Qué va a pasar, qué va a ser de nosotros? ¿Y de mí? ¿Dónde nos llevará el carrusel de la vida?” me preguntaba, “Aunque, intento sonreír y, como todos, ser feliz… no, no mientas Jack, NO LO INTENTAS. Quizá algún día volvamos a estar juntos, pero no puede ser, jamás ocurrirá, pues... no soy... para... ... ella...”
Estaba casi dormido cuando de repente oí un grito. Me levanté de un salto y me quedé quieto analizando qué podía hacer en esa situación; pero lo volví a escuchar y esta vez el grito atravesó mi pecho como un puñal.
Era ella.

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