jueves, 8 de octubre de 2009

CAPÍTULO 10 - DEPRESIÓN EN UN NUEVO CURSO

Abrí los ojos al tiempo que cogía una bocanada de aire y miré a mi alrededor. Al principio apenas vi nada, pues el Sol me cegó a causa de que había amanecido hacía ya horas. Estaba en el mismo lugar apartado donde vi por última vez a Lucy con vida. Recordé lo que me dijo. Chris la había enterrado donde termina el campo y comienza la niebla. Corrí cual fiera que persigue su presa hacia el lugar donde debe de estar enterrada.
Al llegar miré jadeante la imponente niebla. Debía reconocer que causaba respeto estar ahí. Miré el suelo. No había tierra removida en ningún sitio y no pensaba cavar todo el campo, resultaría inútil y una pérdida de tiempo. Como no vi nada me fui deprimido a casa, ya que mis padres estarían preocupados por mí.
Mientras iba andando pensé que cabía la posibilidad de que TODO hubiera sido un sueño y que simplemente me había desmayado a causa del calor. Había una duda razonable.
Cuando llegué a casa llamé por teléfono a Lucy. Su madre contestó:
-No, no está- dijo-. Desde ayer por la mañana no ha venido a casa. Esperaba que estuviera contigo.
-G-g-gracias señora Barker- respondí.
Esto sólo confirmaba un poco que no había sido un sueño. Lucy estaba... muerta. Corrí furioso a mi cuarto. Necesitaba desaparecer. Bajé las persianas y cerré las ventanas. Me aislé del mundo totalmente. No quería ver a nadie. Desde ese momento caí en una profunda depresión. Llegué al punto de apenas salir para comer. Mis padres ya no sabían qué hacer por mí. No sabían qué me pasaba y yo no iba a hacer mención de contárselo. No se lo conté a nadie, pues si lo hacía creerían que me había vuelto loco. Así pasaron los días, las semanas los meses; así hasta que llegó el comienzo de un nuevo curso.»

«2º-Bach: No quería salir de casa. No quería ver a nadie y mucho menos a mis compañeros del colegio, pero mis padres me sugirieron “amable y sutilmente” que me echaban de casa para ir a estudiar. Antes de salir me miré al espejo. El reflejo que me devolvía la mirada no era yo, no parecía yo. Era un reflejo triste, decaído, apesadumbrado y mohíno. Le dediqué a dicho reflejo una mirada de complicidad y salí de casa.
Cuando llegué al instituto sólo vi caras sonrientes. Los del equipo me saludaron. Todo el mundo reía, gritaba y corría feliz. Me sentí ajeno a todos ellos y, de hecho, lo era.
Las clases las pasé sin enterarme demasiado de nada, yo continuaba en mi mundo particular. Y en el recreo todos pedían mi compañía, pero me negué. Me subí a un tejado que había en el patio, donde nadie podía molestarme, allí miraría todo sin interrupción alguna. Medité la situación: “Todos ellos serían más felices si no pelearan por algo que no necesitan: ser más vistos... Nadie puede negar que yo sea… popular… Pero anhelo desaparecer... La vida es así de caprichosa, concede privilegios a quienes no los aprecian… A pesar de tener a todos conmigo… me siento solo y vacío…”
Me perdí en mi propia mente y para cuando me di cuenta ya no había nadie en el patio, es más, había pasado hora y media, cuando el recreo eran veinte minutos. No valía la pena volver a clase. Decidí irme a casa, pero lo pensé mejor “Mis padres no deben verme en casa a estas horas fuera del instituto”.

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